Que los nobles estaban descontentos con el rey Enrique lo sabemos por el “Manifiesto de quejas y agravios firmado en 1464”. Mediante este documento ponen de manifiestos sus peticiones y reivindicaciones y muestran su aversión a la figura de Beltrán de la Cueva. Toda queja tiene su respuesta y a esta primera fase de la revolución nobiliaria le seguiría la contestación del rey. Enrique vio que se avecinaba una guerra civil y para evitarla se llevaron a cabo negociaciones en las que una figura decisiva aparecía como moneda de cambio en los dos bandos. El infante Alfonso, hermano del rey, sería entregado a Juan Pacheco “para que él lo tenga e críe como su tutor” como muestra de buena voluntad del monarca. Además de ser jurado en cortes como príncipe heredero de Castilla, se casaría con la princesa Juana (hija de Enrique). De esta forma, el bando de nobles revolucionario, se pondría de nuevo al servicio del rey y Enrique evitaría la tan temida guerra.
Vista de Medina del Campo desde el Castillo de la Mota de Medina del Campo.
Las negociaciones continuaron en la reunión celebrada en Cigales y Cabezón, Valladolid, donde se confirmó la sucesión en la Corona de Castilla a favor de Alfonso, entregándole además la administración del maestrazgo de Santiago, antes en manos de Beltrán de la Cueva. Es necesario resaltar que este maestrazgo, reclamado para el príncipe Alfonso por los nobles, finalmente recayó en Juan Pacheco.
Los acuerdos culminaron con la “Sentencia de Medina del Campo”, fechada entre el 11 de diciembre de 1464 y el 16 de enero de 1465.
Como resalta Tarsicio de Azcona, este documento es importante en lo que se refiere a la infanta Isabel porque mediante él se acuerda que Isabel tenga su propia casa. Lo que supone esta decisión es que Isabel pueda vivir de forma independiente con 5 o 6 mujeres de confianza enviadas por la reina madre Isabel de Portugal para que la acompañen y la sirvan. Otra de las peticiones es que la infanta viva en Arévalo, alejándose así de la corte de Enrique y quedando bajo el influjo del bando revolucionario. Como era de esperar que el rey se negara, la solución planteada fue que residiera en Segovia, en el palacio real y allí organizara su casa con las mujeres, hombres y guardas encargados de custodiarla.
Pero las cesiones y mercedes concedidas por Enrique tampoco resultaron suficientes para los exigentes nobles, que posiblemente exaltados con lo conseguido hasta el momento, en mayo de 1465 dirigían una carta al rey declarándose en rebeldía. El monarca poco más podía hacer que prepararse para la guerra pero todavía faltaba un hecho, que aunque simbólico, resultó de gran importancia. El 5 de junio de 1465, pusieron de manifiesto su pretensión: sustituir en el trono al rey por el príncipe Alfonso. La ciudad de Ávila fue testigo de la deposición simbólica de Enrique, encarnado en un pelele de paja al que quitaron sus símbolos de poder, coronando en su lugar al príncipe Alfonso, un niño de 11 años. Ante este acto, conocido como la “Farsa de Ávila”, el rey Enrique no reaccionó como era de esperar, ajusticiando a los nobles rebeldes o tomando represalias contra ellos. En su lugar, decidió conceder un perdón magnánimo a los jefes de la oposición. Por otra parte, escribió al Papa Paulo II una carta relatando los acontecimientos que se estaban desarrollando en Castilla, además de un alegato preparado por sus letrados como defensa de su persona y su gobierno. Tarsicio de Azcona en “Isabel la Católica. Vida y reinado” hacer referencia a este dictamen jurídico “que nunca es citado, ya que duerme en la sección Instrumenta Miscellanea del Archivo Secreto Vaticano”.
“La farsa de Ávila”. 1881. Pérez Rubio, Antonio. Museo del Prado.
Esta era la Castilla en 1465, colmada de documentos de quejas, sentencias y alegatos. Pero la revolución todavía no había terminado.
Por Loreto Sacristán Guijar.
Historiadora del Arte y Gestora Cultural.
BIBLIOGRAFÍA:
DE AZCONA, TARSICIO. “Isabel la Católica: vida y reinado”. España 2004. La Esfera de los Libros.