“Castilla, Castilla, Castilla, por la reyna e señora nuestra, la Reyna Ysabel e por el Rey don Fernando, como su legítimo marido”.

En un primer momento a la infanta Isabel, segunda hija de Juan II de Castilla, le quedaba muy lejos el trono de Castilla, pero el 13 de diciembre de 1474, el pueblo de Segovia vio como la corona del reino empezó a descansar sobre la cabeza de una nueva “reina y propietaria de Castilla”, sin imaginar todo lo que esto iba a suponer dentro y fuera del reino.

Isabel de Castilla era la segunda de tres hermanos, por delante de ella su medio hermano, el príncipe Enrique y más pequeño que ella, su hermano Alfonso. En el momento de la muerte de su padre, el trono de Castilla le quedaba muy lejos, tan solo era la medio hermana del nuevo rey de Castilla, Enrique IV. En ese momento, en la línea de sucesión estaban en primer lugar la descendencia del nuevo rey, al que le seguían Alfonso y sus descendientes y por último, Isabel y los suyos.

Pero ¿qué es lo que pasó para que acabara convirtiéndose en Princesa de Asturias y más tarde en Reina de Castilla?

Podemos decir que la política de Enrique IV le hizo un flaco favor a sí mismo, ya que un sector de la nobleza empezó a ponerse en su contra, haciendo presión al rey para que apartara del trono a su única hija, Juana, apodada “la Beltraneja” haciendo alusión a los rumores que decían que su progenitor era don Beltrán de la Cueva. Finalmente, Enrique IV aparta del trono a su hija y nombra heredero a su hermano pequeño. Pero Alfonso pierde la vida en 1468. Es en ese momento cuando Enrique IV nombra heredera a su hermana Isabel, quedando así reflejado en el famoso “Tratado de los Toros de Guisando”, firmado por ambas partes en ese mismo año.

Parece que todo se tuerce cuando Isabel desobedece a su hermano, rechazando los pretendientes que le ofrecía y buscándose “su propio novio”. Como todos sabemos, se fijó en Fernando de Aragón, con quién se casó el 19 de octubre de 1469. Nos podemos imaginar el enfado de Enrique IV al enterarse de la noticia, por lo que rompe relaciones con los nuevos príncipes.

Hay algún estudioso del tema que apunta a la posibilidad de la existencia de un documento, posterior al firmado en Guisando, en el que Enrique IV ratifica a Juana como su sucesora, pero si este documento llegó a exisitir se ha perdido o permanece aún en la sombra. Por lo que, para Isabel y sus seguidores, tras el fallecimiento del rey Enrique, era ella su sucesora en el trono de Castilla.

El acto de proclamación y dos grandes consecuencias

«E luego el rey vino para la villa de Madrid, é dende á quince días gele agravió la dolencia que tenía é murió allí en el alcázar á onze dias del mes de Diciembre deste año de mil é quatrocentos é setenta é quatro años, a las once horas de la noche: murió de edad de cincuenta años, era home de buena complexión, no bebía vino; pero era doliente de la hijada é de piedra; y esta dolencia le fatigaba mucho a menudo».

Hernando del Pulgar.

El 11 de diciembre, el alcázar de Madrid es testigo de los últimos momentos de vida del rey Enrique. Una muerte repentina y rápida que no tardó en acarrear rumores de envenenamiento, aunque ni siquiera el estudio que hizo Gregorio Marañón con los restos conservados del monarca pudieron aclarar las causas de la muerte.

Detalle de la pintura mural «La proclamación de la reina Isabel» (1960) de Carlos Muñoz de Pablos. Alcázar de Segovia.

Tanto Isabel, como sus partidarios vieron una gran oportunidad, organizaron unas rápidas y sencillas exequias por el monarca en la iglesia de San Martín de Segovia, a quien despidieron con todos los honores. Tras los funerales, Isabel se dirigió a la iglesia de San Miguel, junto a la Plaza Mayor de Segovia y muy cerca de la anterior, y en su mismo atrio fue proclamada reina de Castilla.

Este acontecimiento presentó a una reina decidida, con las ideas muy claras y muy consecuente con sus decisiones. Y esto lo vemos en dos detalles muy interesantes de ese momento:

  • Lo precipitado de la ceremonia. La escenificación del refrán “a rey muerto, rey puesto” la vemos en este pedacito de historia. Un pequeño paseo entre las iglesias de San Martín y San Miguel, fue lo que separó los funerales por Enrique IV y la proclamación de Isabel I de Castilla. El por qué probablemente tenemos que buscarlo en la situación política que se vivía en ese momento. El objetivo de hacerlo tan rápido era que nadie, léase Juana de Castilla, la única hija de Enrique IV, lo hiciera antes que ella y así dejar claro quién era la heredera designada por el anterior rey, tal y como figuraba en el Tratado de los toros de Guisando. Aunque esto tampoco paró a Juana y sus seguidores que no tardarían de iniciar una guerra por la sucesión al trono de Castilla.
  • La ausencia de Fernando. En el momento del fallecimiento del rey Enrique, Fernando estaba arreglando unos asuntos en Aragón y en cuanto se enteró de la noticia puso rumbo a Castilla. Cuando se reencontró con su esposa, ésta ya portaba la corona. Isabel, ¿no pudo o no quiso esperarlo? Probablemente no pudo esperarlo debido a esa rapidez en la que se estaba preparando todo tras la repentina muerte de Enrique IV, pero eso le vino bien para hacerlo en solitario y poder proclamarse “Reyna y propietaria de Castilla” sin que Fernando pudiera decir nada al respecto. Al menos en ese momento, porque esta situación provocó una particular guerra en el matrimonio. Pero este convulso episodio de la vida de estos monarcas lo dejamos para otra entrada.

Por David García Esteban.

Historiador del Arte, conservador y gestor cultural.