El lecho de muerte. Ilustración en un manuscrito de la British Library.

Hoy, 26 de noviembre de 2021, se cumplen 517 años desde el fallecimiento de Isabel la Católica, en Medina del Campo, y la entrada de este mes la dedicaremos a conocer cómo se asistieron los restos mortales de la Reina Isabel I de Castilla, tras su fallecimiento.  

Antes de profundizar en el tema que nos ocupa, es preciso dedicarle unas líneas al concepto que se tenía sobre la muerte en la Edad Media. 

Durante el Medievo, la muerte estaba muy unida a la religión. Morir no era más que una etapa celestial que le daba pleno sentido a la vida, entendida como tal. Durante la época medieval, se asumía que los designios de Dios debían cumplirse de forma natural. Con ello, el alma humana estaba atrapada en un cuerpo y en el momento del exitus de éste, se desprendía para acceder al Reino de los Cielos. Este proceso estaba totalmente interiorizado en la sociedad, equiparando la Muerte a un ciclo transitorio dictaminado por Dios.  

Según las palabras de la profesora de la Universidad de Valladolid, María Concepción Porras Gil, en El concepto de la muerte a finales de la Edad Media, la trascendencia que tenía la muerte como paso a la otra vida, pues en función de la forma en que ésta había transcurrido, se posibilitaba o por el contrario se negaba la eternidad celestial”. Continúa diciendo la muerte tomada en exclusiva como un hecho biológico, no pareció causar grandes temores ni sufrimientos al hombre del medievo. Lo verdaderamente terrible para el hombre del s. XV, era la posibilidad de condenación tras el juicio hecho a su vida terrena […] Había que asegurar la salvación, y la mejor manera de hacerlo era dejando cantidades suficientes de moneda para sufragar los gastos ocasionados por las Misas (cuantas más mejor) destinadas a la purificación del alma”.

El mejor ejemplo de tal sentimiento se plasma a la perfección en el testamento de la reina Isabel, donde se puede leer el siguiente designio: También mando que después de cumplidas y pagadas las deudas, se digan por mi alma en iglesias y monasterios observantes de mis reinos y señoríos veinte mil misas, en aquellos que mis albaceas consideren oportuno, y que den a dichas iglesias y monasterios las limosnas que consideren apropiado […] También mando, que se digan veinte mil misas de réquiem por las almas de todos aquellos que murieron a mi servicio, y que se digan en iglesias y monasterios, allí donde a mis albaceas les pareciese que se dirán más devotamente, y que den para ello la limosna que mejor consideraran”. Sin lugar a dudas, este dictamen explicita el evidente sentimiento de cómo la razón humana anhelaba la partida de su alma sintiéndose en paz. Y, con ello, la interpretación de este sentimiento se anexaba como un ítem ineludible para conseguir la Divina meta, y restar, así, eternamente libre de todo resentimiento. 

Esta filosofía mortuoria llegó a implantarse en la Europa social del Medievo como un algo incuestionable, protegido por los estamentos eclesiásticos y legales. La Muerte unía por igual a todos los mortales en un mismo denominador común. Pero, ¿qué ocurría con el cuerpo de un Rey o una Reina cuando exhalaba su último suspiro?

La profesora Margarita Cabrera Sánchez en su trabajo “Técnicas de conservación post mortem aplicadas a los miembros de la realeza hispánica medieval” sostiene que …el hábito de embalsamar cadáveres no estaba generalizado en la Península Ibérica durante la Plena y la Baja Edad Media y, en ese sentido, no era parte consustancial del ritual funerario de la realeza…”. Continúa diciendo: “los cronistas proporcionan muy pocos datos sobre el tratamiento dado a los cadáveres, a pesar de que, en ocasiones, la distancia que separaba el lugar en el que se había producido la muerte del emplazamiento escogido como sepultura y el prolongado tiempo de exposición de los restos hacían necesaria, o al menos aconsejable, la conservación artificial de estos últimos…”.

Teniendo en cuenta estos detalles, podríamos deducir que lo probable en aquel momento hubiera sido el uso de la técnica del embalsamamiento, ya que empezaba a ser habitual dentro de la realeza, además teniendo en cuenta que el traslado del cuerpo de Medina del Campo a Granada no auguraba un cadáver incorrupto.

Anubis, dios funerario egipcio custodia el cuerpo de Sennutem. Deir el-Medina. 1400-1350 a.C.

Aunque es sabido que otras culturas hacían uso de esta técnica, el embalsamiento ha pasado a la Historia por ser una práctica habitual asociada a la cultura egipcia. Esta práctica trata el uso de bálsamos o resinas con el fin de evitar la podredumbre del cuerpo inerte y preservar, así, la identidad de individuo una vez traspasara al más allá. Versa de extraer aquello que facilitase la descomposición del cuerpo, como los órganos o la sangre. Después, el cuerpo se trataba con una serie de minerales durante varios días, hasta que, finalmente, se cubrían los restos tratados con vendajes de lino para mantenerlo imperecedero.

Pero la Reina Trastámara no tuvo este final. Según la profesora Cabrera Sánchez, ha llegado hasta nuestros días muy poca la información sobre el uso de esta técnica en la Baja Edad Media. No obstante, su práctica sí tomó un mayor protagonismo siglos después, concretamente durante la Edad Moderna, al menos en la Monarquía Hispánica, sabiéndose que, en otros países de Europa, tales como Francia o Inglaterra, también se llevó cabo con relativa asiduidad.

Fotograma de la serie Isabel de tve (2014).

Continuando con esta teoría, Cabrera Sánchez interpreta que del testamento de Isabel la Católica se puede deducir que no se preparó el cuerpo y que en el testamento de la soberana se dejaba ver este precepto:  “También quiero y mando que si falleciera fuera de la ciudad de Granada, que sin tardanza lleven mi cuerpo entero como estuviera a la ciudad de Granada. Y si por la distancia del camino o por el tiempo no se pudiese llevar a dicha ciudad de Granada, que en tal caso lo pongan y depositen en el monasterio de San Juan de los Reyes de la ciudad de Toledo. Y si a dicha ciudad de Toledo no se pudiese llevar, que se deposite en el monasterio de San Antonio de Segovia. Y si a dicha ciudad de Toledo y de Segovia no se pudiese llevar, que se deposite en el monasterio de san Francisco más cercano al lugar donde falleciera y, que esté allí depositado hasta que se pueda trasladar a la ciudad de Granada y, encargo a mis albaceas que hagan el traslado lo antes posible”.

Y así fue cumplido su mandato. Tras morir, el cuerpo de la Reina estuvo expuesto durante un día en el Palacio Real de Medina del Campo, hasta que el día 27 de noviembre se puso rumbo a Granada, únicamente vestida con el hábito franciscano, siguiendo sus deseos escritos en el testamento real: “Y quiero y mando que mi cuerpo sea sepultado en el monasterio de San Francisco, que está en la Alhambra de la ciudad de Granada, siendo vestida con el hábito del bienaventurado pobre de Jesucristo san Francisco, en una sepultura baja que no tenga relieve alguno, salvo una losa llana con letras esculpidas en ella; pero quiero y mando que si el rey, mi señor, eligiere sepultura en cualquier otra iglesia o monasterio de cualquier otra parte o lugar de mis reinos, que mi cuerpo sea allí trasladado y sepultado junto al cuerpo de su señoría porque la pareja que formamos en vida, la formen nuestras almas en el cielo y la representen nuestros cuerpos en el suelo. Y quiero y mando […] que las exequias sean sencillas, y lo que se hubiese gastado en unas grandes exequias se destine a vestir pobres y, la cera que hubiese ardido en demasía se envíe a aquellas iglesias pobres que consideren mis albaceas para que arda ante el Sacramento”.

El féretro fue cubierto con dos fundas: una, de cuero de becerros; la otra, una funda encerada con el fin de proteger el cuerpo de las inclemencias del tiempo. Su transporte se convirtió en tarea complicada, no solo por las paradas programadas en las villas que formaron parte de la vida de la reina, si no por la dificultad del camino teniendo que llevar a cabo múltiples paradas. A modo curioso, se narra que en la localidad de Cebreros un carpintero fabricó un armazón de madera para trasportar mejor el cajón real que, según los cronistas de la época, debía de cubrirse constantemente de cueros para evitar que la humedad penetrase en el interior y adelantara la corrupción del cuerpo. La distancia y las inclemencias del invierno hicieron que el trayecto fuera tan duro, como difícil. Se tardaron 21 días en llegar a Granada, hasta que el 18 de diciembre de 1504, un cortejo formado por 200 personas que acompañaban el cuerpo de la Reina entró por fin en la antigua ciudad nazarí. Según los documentos de la época, días antes de la llegada del cortejo fúnebre, el alcaide de la Alhambra, don Íñigo López de Mendoza y Quiñones, no había sido informado de las últimas voluntades de la soberana, por lo que había preparado unos funerales con el enaltecimiento que presupone el entierro de una Reina. Tales fueron, obviamente, reducidos de inmediato por deseo testamentario.

Granada se vistió de luto, formándose una procesión hasta el Monasterio de San Francisco de la Alhambra, donde el cuerpo fue inhumado, como bien se dijo en una losa baja. No obstante, el deseo de la inexistencia de relieves lapidarios no se respetó, decorándose su lápida con un relieve propio de estilo nazarí.

Finalmente, diecisiete años después, el 10 de noviembre de 1521, y por orden expresa del Rey Carlos I de España y V de Alemania, se decretó el traslado de los cuerpos de los Reyes Isabel y Fernando – sus abuelos – hasta la cripta de la Capilla Real de Granada, fundada en el año 1504.

Por Beatriz Calvo Checa

Historiadora del Arte

Bibliografía:

Cabrera Sánchez, M. “Técnicas de conservación post mortem aplicadas a los miembros de la realeza hispánica medieval”. Rev. Hist., 16 (2015), pp. 175-198 © 2015. Universidad de Valladolid

ISABEL LA CATÓLICA. Testamento. Párrafo 47

Porras Gil, M.ª C. “El concepto de la muerte a finales de la Edad Media” Boletín de la Institución Fernán González de Burgos, nº 206. Burgos, 1993, pp. 9-17

VV.AA. La muerte de los príncipes en la Edad Media. Editorial Casa de Velázquez. Madrid. 2020.

This site is registered on wpml.org as a development site. Switch to a production site key to remove this banner.