La Europa del siglo XV estaba cambiando. Los viejos ideales del medievo se desvanecían para dar paso a una nueva mentalidad que pronto hizo girar el panorama monárquico europeo y que llevará a que el reinado de los Reyes Católicos en territorios hispánicos sea considerado el inicio de la Edad Moderna en la Península ibérica.
Durante la segunda mitad del siglo XV, una vez superada la crisis arrastrada de las últimas décadas de la Baja Edad Media, en Europa irrumpió un proceso progresivo de recuperación política, económica, sociológica e intelectual. La fusión cultural de todos estos cambios en la sociedad europea revivió, entre los círculos intelectuales, la admiración por los filósofos clásicos, cuyos estudios fueron reestudiados al nuevo escenario cultural. En este nuevo renacer surgió el Humanismo y, unido a ello, el término Renacimiento. Pronto, toda esta nueva ideología empezó a extenderse por Europa, instaurándose en todos los campos del saber gracias al nacimiento de la imprenta moderna a mediados de siglo.
Esta nueva mentalidad, unida a la crisis de las monarquías feudales, fue aprovechada por los reyes europeos, quienes concentraron todo su poder en la centralización del dominio de sus tierras. Su afán territorial requirió el apoyo incondicional de una nueva clase social, la burguesía, quienes ambicionaban desprenderse de su antigua condición de vasallo respecto a los señores feudales. En medio de este panorama aparecieron las nuevas monarquías europeas de corte moderno, como fue el caso de Francia, Inglaterra, Dinamarca, Polonia, Hungría o Rusia, en cuyos países se inauguró un sistema político autoritario, conocido como el Antiguo Régimen.
Los territorios hispánicos, en paralelo, no se quedaron atrás en el marco de esta nueva explosión cultural. Su representación vino marcada por el reinado de los Reyes Católicos, quienes iniciaron un proceso transformador, continuado posteriormente por su nieto Carlos I y, tras él, por su biznieto Felipe II.
En cuanto a lo que nos refiere, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón unieron bajo una misma corona los dos grandes estados de la península ibérica. No obstante, esta unión política y matrimonial no supuso la creación de un estado unitario. Cada reino conservó sus fronteras, leyes, fueros, impuestos, instituciones y costumbres independientes. Castilla, por ejemplo, vivió un periodo de prosperidad, centrando su política en fortalecer el poder real, que consiguientemente acaeció en la instauración del Estado Moderno. Sin embargo – y en contraposición a lo conseguido por sus aliados castellanos – Aragón no pudo instaurar el Estado Moderno del reino por su rígido e inflexible sistema pactista.
Centrándonos específicamente en Castilla, uno de los objetivos principales del reinado de la reina Isabel fue el de modernizar las instituciones que gobernaba. Este afán de renovación condujo a la inevitable reforma de la Hacienda, cuya intención fue la de recaudar los impuestos con una mayor eficiencia. Con ello, el consiguiente aumento de los ingresos fiscales permitió organizar un ejército permanente con el que garantizar la autoridad real en todo el territorio (tanto en su interior como en sus fronteras). Esta independencia militar permitió, además, poder prescindir de los servicios marciales de la nobleza, consiguiendo así el monopolio monárquico exclusivo y total de la fuerza castrense real.
Paralelamente, también se reformó el Consejo Real, controlado por letrados y secretarios que procedían de la comprometida burguesía y la baja nobleza. Esta modificada institución acabó convirtiéndose en el órgano supremo de gobierno, relegando a las Cortes de Castilla a un plano secundario. A su vez, el Consejo Real (dividido en un Consejo temático y otro de índole territorial, como lo fue el Consejo de Indias, creado a raíz del descubrimiento de América en 1492) inauguró, a su vez, un nuevo régimen polisinodial.
En referencia a la administración territorial en Castilla, ésta se realizó a través de los corregidores, quienes se convirtieron en los delegados del poder real en las ciudades y las villas. Estos funcionarios reales se encargaron de dirigir los dictámenes políticos reales, además de ser los responsables de la recaudación directa de impuestos. Solían presidir los Ayuntamientos, hecho que les permitió supervisar – en consecuencia – la actuación de alcaldes y regidores. Por otro lado, otro modo de ejercer el control real sobre los territorios se ejerció a través de la Santa Hermandad, cuya intención fue la de reducir la delincuencia y garantizar el orden social. Sus integrantes fueron conocidos con el sobrenombre de Mangas Verdes.
En cuanto a la administración de justicia, ésta se realizó a través de las audiencias. Entre ellas, las más importantes fueron – sin duda – la chancillería de Valladolid y la chancillería de Granada, sometidas únicamente a la instancia superior del Consejo Real.
A partir del año 1486, los RR.CC obtuvieron el Patronato Regio, otorgado por el Papa Inocencio VIII. El Pontífice permitió a los monarcas la capacidad de poder designar la titularidad de sus altos cargos eclesiásticos, tales como obispos y arzobispos, quienes ejercieron un gran poder político en las ciudades y, cuya autoridad religiosa permitió dominar otras esferas análogas de poder. También obtuvieron el derecho de maestrazgo a la perpetuidad de las órdenes militares de Santiago, Alcántara, y Calatrava, aumentando, con ello, tanto los ingresos como su capacidad militar.
Con el fin de acarrear un apoyo político absoluto tuvieron que ceder determinadas concesiones a la nobleza, así ya una vez muerta la reina Isabel, en las leyes de Toro, de 1505, se regularon estas concesiones a los nobles, se estipuló los derechos de sucesión, el respeto de algunos privilegios jurisdiccionales de los señoríos o la constitución de los mayorazgos vinculados directamente entre las tierras y los grandes títulos nobiliarios.
En consonancia al esfuerzo ejercido en la política castellano-aragonesa, los RRCC también dedicaron un especial interés tanto por la política de exteriores, como por la expansión territorial del reinado conjunto. Con esta intención, crearon un cuerpo diplomático permanente y, junto a él, la nueva apuesta institucional de carácter religioso que influyó decisivamente en el control absoluto del pueblo: el Tribunal de la Santa Inquisición.
Desde el punto de vista cultural – y en un ejercicio por alzar su propia imagen como monarcas – los reyes de Castilla y Aragón aprobaron la construcción de una serie de edificaciones benéficas, como hospitales, iglesias, conventos o monumentos conmemorativos. Por otro lado, además, también se preocuparon por cultivar la educación, subvencionando la construcción de nuevas universidades, como fueron las de Alcalá de Henares, Sevilla o Valencia.
Finalmente, quisiera también destacar la confianza incuestionable que los Reyes Católicos depositaron en las estrategias políticas expuestas por determinados consejeros, quienes – sin duda – magnificaron aún más las figuras tanto del Rey de Aragón, como de la Reina Trastámara. Entre estos célebres hombres, citaremos algunos nombres clave, como fueron Hernando de Talavera, el Cardenal Mendoza, el Cardenal Torquemada, Cristóbal Colón, Alejandro VI o Gonzalo Fernández de Córdoba, entre otros.
Por Beatriz Calvo Checa
Historiadora del Arte
Bibliografía
DE AZCONA, Tarsicio. Isabel La Católica, vida y reinado. La esfera de los libros, 2002
LAREDO QUESADA, M.A. La España de los Reyes Católicos. Alianza Editorial. 2014
SUÁREZ FERNÁNDEZ, L. Los Reyes Católicos. Los fundamentos de la Monarquía. Rialp. 1989