Fresco de la Capilla de San Sebastián del siglo XV (Lanslevillard, Francia), que representa a una mujer a la que se le está extirpando un bubón típico de la peste.

Ahora que empezamos a vislumbrar la luz al final del túnel, vamos a tomar distancia para analizar las principales enfermedades y pandemias que han asolado a la península ibérica desde el punto de vista histórico, con especial hincapié en la etapa del reinado de los Reyes Católicos.

Dentro de las grandes enfermedades me gustaría destacar en primer lugar la lepra, una enfermedad cuyos orígenes nos son desconocidos, aunque todo apunta a que su inicio se encuentra en la zona de la India y cuyo vector de propagación fue nada menos que Alejandro Magno. La enfermedad se extendió por África y Europa a la misma velocidad que sus soldados cruzaban los diferentes reinos.

Esta enfermedad afectó en gran medida al Antiguo Egipto donde se han analizado momias de faraones que muestran evidencias de haber sufrido esta enfermedad que acabó por diseminarse por toda Europa en parte por la huida de los hebreos de Egipto.

En la época medieval no utilizarían la palabra confinamiento, pero desde luego no era nuevo en la antigüedad. En el caso de padecer lepra eras totalmente apartado de la sociedad considerándote muerto para el mundo o, en el peor de los casos, aislado en una leprosería.

Imagen de finales del siglo XV de un leproso agitando una carraca o una campaña para anunciar su presencia. Bartolomé el Inglés, Biblioteca Nacional de Francia.

Vamos a analizar un momento el proceso de “destierro” para darnos cuenta de que nuestro confinamiento ha sido un juego de niños al lado de las antiguas prácticas. Como bien describe Enrique Soto Pérez de Celis en el caso de ser diagnosticado como leproso te conducían, acompañado de cánticos religiosos, a la iglesia donde, a través de un ritual muy curioso, se te consideraba como “muerto para el mundo”, se te conducía fuera de los límites urbanos dejándote claro las prohibiciones como relacionarte con cualquier persona sana (salvo con tu cónyuge), entrar en los mercados, iglesias, molinos, tabernas, lavarte en arroyos, caminar en la misma dirección del viento, tocar cualquier objeto,… Destierro que llegaría hasta el final de tus días sabiendo que sólo podrías ser enterrado en tu casa. Si hay algo curioso en todo esto es que encima se podrían divorciar legalmente de ti y perderías todos tus bienes comunes (estuvo operativo desde el año 757 hasta finales del siglo XIV), vamos, solo, enfermo y con una mano delante y otra detrás, vestido con unos zapatos de piel y una capucha de color marrón o gris. Eso sí, se te entregaba un “precioso” ajuar compuesto entre otras cosas por unas castañuelas o una carraca para que avisaras de tu cercanía.

Aunque parezca lo peor que te podía pasar, todo podía empeorar si acababas en una leprosería sabiendo que la única forma de salir de allí era una vez muerto. Leproserías o también denominados lazaretos debido a que se encomendaban al santo protector San Lázaro y de ahí el título de este artículo.

Si te habías librado de la lepra no debías confiarte; otras enfermedades te estaban esperando a la vuelta de la esquina.

La tuberculosis es una de las enfermedades más antiguas que han acompañado al ser humano y que ha acabado con la vida de varios monarcas castellanos. Uno de ellos es Sancho IV de Castilla, que falleció con sólo 37 años después de varias estaciones luchando contra la enfermedad y dejando al reino de Castilla al borde de una guerra civil.

El segundo ejemplo lo encontramos en Enrique III (abuelo de Isabel la Católica). Si bien no está demostrado que su muerte se debiera a la tuberculosis, si que es cierto que las crónicas que nos han llegado hacen pensar que hay muchas probabilidades de que así fuera. Muerte que fue el inicio de los enfrentamientos entre los Infantes de Aragón y Juan II de Castilla.

 

Hospital medieval, siglo XV. Miniatura del códice 2470 de la Biblioteca Laurenciana (Florencia).

Lo cierto es que los Reyes Católicos fueron testigos de graves enfermedades que asolaron sus reinos. Un ejemplo lo encontramos con el tifus que, aunque se cree que se desarrollo en la zona de la India y que aparece reflejado en las antiguas escrituras, fue introducido en la península ibérica por las milicias musulmanas tras ser infectados durante la toma de Chipre. La epidemia se hizo más virulenta en el enfrentamiento entre cristianos y musulmanes durante la toma de Granada en el año 1489 acabando con la vida de 17.000 soldados cristianos y, que tuvo como máximo responsable, el hacinamiento de las tropas, la posible falta de higiene y la picadura de los piojos. Esta cifra toma una mayor importancia si la comparamos con la pérdida de vidas en el enfrentamiento bélico que rondaron las 3000 almas. En suma, era más letal enfrentar a tu ejercito a un enemigo invisible que a hombres armados hasta los dientes.

Los campos de batalla solían ser el caldo de cultivo para el inicio de la epidemia, pero no sólo guerreando podías fallecer. Fueras inocente o culpable esta aparentemente insignificante bacteria podía ser tu sentencia de muerte si acababas entre rejas pues, era en las prisiones, donde se daban las mejores condiciones para que terminara con más vidas que la pena de muerte. Pero, para rizar el rizo, también era capaz de acabar con la vida de jueces, abogados y prisioneros por igual ya que los piojos y pulgas que portaban los acusados no hacían distinciones entre clases sociales o profesiones cuando se trataba de su fuente de alimento.

Esta enfermedad dio lugar a sucesivos brotes que, a lo largo de la historia, han causado graves estragos hasta la aparición de la penicilina.

Miniatura que representa dos enfermos de peste o viruela. Biblia de Toggenburg Suiza. 1411.

Por otro lado, la peste negra o bubónica fue una de las enfermedades con mayor letalidad que no respetó a mendigos o a reyes. Es la que más vidas se ha cobrado y la que más ha afectado a las diferentes sociedades y poblaciones. Asimismo, cada vez hay más indicios que hacen pensar que el fin del imperio romano pudo deberse en gran medida a la Yersinia pestis, que se trasmite a través de los roedores y, especialmente, a través de las pulgas que saltan del huésped al desprotegido humano. Si analizamos el hecho de que nuestra base cultural y social es netamente romana podemos darnos cuenta de la trascendencia que tuvo para aquellas gentes perder el influjo de Roma.

Esta bacteria causó verdaderos estragos entre el siglo VIII y X d.C. pero uno de los mayores brotes lo encontramos en el siglo XIV producto de una cepa que, aunque comenzó en Asia, se extendió rápidamente por Europa a través de las rutas comerciales. Ciertamente, la hipótesis más plausible es que llegara a Europa a través de un barco de unos comerciantes de origen genovés que intentaban huir de la epidemia. Desde aquel puerto europeo se extendió como la mala hierva propagando la muerte de todo aquel que se cruzaba con el dichoso parásito.

Si nos ponemos a pensar en el miedo que sentimos durante los primeros meses del COVID en una sociedad técnicamente preparada para analizar la enfermedad y buscar soluciones, imaginemos por un momento a esos ciudadanos europeos huyendo sin saber de dónde venía el peligro. Y es que no hay que olvidar que durante siglos se pensaba que la propagación procedía de las miasmas, es decir, de los efluvios de los enfermos, fallecidos y aguas estancadas, cuando el vector de transmisión era la rata negra y, para más inri, nos encontrábamos en una época en la que los gatos se perseguían por ser hipotéticamente los “aliados del mal,” aun siendo los únicos que podían esquilmar al vector de propagación. Desde luego los egipcios que tomaban a los gatos como dioses no hubieran sufrido tanto los estragos de la enfermedad como en Europa.

La peste se cobró, según algunas fuentes, entre 50 y 200 millones de personas en el mundo, afectando al 60% de la población española que pasó de 6 millones de habitantes a escasamente dos y medio. Una propagación rápida y mortal causada fundamentalmente por la huida desde las grandes ciudades costeras y urbanas al campo diseminando de forma exponencial la enfermedad.

Miniatura que representa dos enfermos de peste o viruela. Biblia de Toggenburg Suiza. 1411.

En relación con Isabel la Católica tenemos que partir de un hecho histórico que marcó el devenir de la historia de la reina: La muerte prematura de su hermano pequeño Alfonso de Trastámara que tuvo lugar en Cardeñosa el 5 de julio de 1468 aparentemente a consecuencia de la peste bubónica. Al menos esa fue lo que oficialmente se afirmó desde el bando de Enrique IV, y no así desde el bando de Alfonso que apuntaba abiertamente a una trucha envenenada. Isabel desde luego que no se creyó esa teoría pues sabiendo que su hermano se encontraba gravemente enfermo acudió a su lado y no se apartó de su cama hasta su muerte.

Es de entender que si la causa de la muerte de su hermano era contagiosa ella no se hubiera puesto en peligro. En este caso los recientes estudios han demostrado que no se ha encontrado ningún rastro de la enfermedad tras analizar los restos de Alfonso por lo que la peste se utilizó como escusa para enmascarar una muerte no del todo natural.

La peste se une también a Juana I de Castilla en una reciente teoría que afirma que Felipe el Hermoso, su esposo, falleció a causa de la peste o fiebre tifoidea. Una hipótesis que desde luego no coincide con la creencia popular castellana que afirma que murió a causa de un vaso de agua fría bebido tras un partido de pelota o, la hipótesis flamenca, que apuntaba al dedo ejecutor de Fernando el Católico que aparentemente quería deshacerse de su yerno por ser una amenaza para sus intereses.

Como conclusión podemos afirmar que los siglos XIV y XV han sido horribilis para el ser humano y hay muchos factores que han motivado esa concentración de pandemias y epidemias como el cambio climático debido a una “mini glaciación” que fomentó grandes hambrunas, a las grandes guerras, al incremento de los tratos comerciales entre diferentes reinos, a las concentraciones urbanas, etc. Si somos capaces de analizar los diferentes patrones del antes, durante y postpandemias tendremos muchas opciones de enfrentarnos mejor a lo pueda venir en el futuro.

Por Eva María Quevedo.

Directora de proyectos y gestora cultural.

 

Bibliografía:

GONZÁLEZ-HERNÁNDEZ M, -PAYA J, ROS VIVANCOS C, NAVARRO GRACIA JF, MARTÍNEZ VICENTE M, TENZA IGLESIAS I, GONZÁLEZ TORGA A. Revista española de medicina preventiva y salud pública 2017; 22(3): 37-44.

MANUEL GONZÁLEZ JIMÉNEZ, la muerte de los reyes de Castilla y León siglo XIII.

GIRÓN IRUESTE, Fernando M.ª. La medicina árabe medieval.

RUIZ DE LOIZAGA, Saturnino. La peste en los reinos peninsulares según documentación del Archivo Vaticano (1348-1460).  Editorial: Libros Pórtico . 2009.

SOTO PÉREZ DE CELIS, Enrique. La lepra en Europa Medieval. El nacimiento de un mito. Elementos: ciencia y cultura, marzo-mayo, año/vol.10, número 049. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. México. pp. 39-45.

MITRE FERNÁNDEZ, Emilio. Fantasmas de la sociedad medieval: enfermedad, peste, muerte
Volumen 107 de Historia y Sociedad, Universidad de Valladolid. 2004.

 

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