Doña Isabel la Católica dictando su testamento. 1864. Eduardo Rosales. Copia del Palacio Real Testamentario. Original en el Museo del Prado.

Palacio Real de Medina del Campo, 12 de octubre de 1504, la reina Isabel I de Castilla, enferma desde hace ya varios meses decide hacer llamar a su notario, Don Gaspar de Griçio, para dictar testamento. Este documento se convirtió no sólo en un gran testimonio de su reinado, si no que a través de él descubrimos entremezcladas las personalidades, deseos e inquietudes de la reina de Castilla y de la propia Isabel como mujer y madre. La parte más pública y la más privada se dejan ver en este importante testimonio del que se conserva una de sus copias en el Archivo General de Simancas.

Y es precisamente este importante acontecimiento el que el pintor Eduardo Rosales Gallinas elige en 1864 como tema a representar en un gran óleo sobre lienzo, de 287 x 398 cm., que le cambiará la vida casi 400 años después del fallecimiento de la reina protagonista.

Pero ¿quién era Eduardo Rosales?

“Es uno de los más grandes nombres del arte español de todo el siglo XIX”.

Fuente: Museo del Prado.

El pintor Eduardo Rosales (1867). Federico de Madrazo y Kuntz. Museo del Prado.

Este pintor historicista, del siglo XIX, madrileño y coetáneo a la reina Isabel II vio recompensado el esfuerzo y el trabajo de gran parte de su vida cuando su meditada y trabajada obra Doña Isabel la Católica dictando su testamento es premiada primero con la controvertida primera medalla de oro de la Exposición Nacional de 1864 y después con la medalla de oro de la Exposición Universal de París en 1867. Premios que reconocieron a Rosales como uno de los mejores pintores de su época.

Pero para llegar a este momento Eduardo Rosales tuvo que pasar por muchas penurias y achaques de salud (falleció a los 36 años de tuberculosis). Se formó en Madrid, en la Real Academia de San Fernando (1851-1857), teniendo como maestros a Federico Madrazo, Carlos Luis Rivera o Luis Ferrant. Junto a algunos compañeros y gracias a una beca de gracia concedida por la reina Isabel II viajó a Roma donde permaneció varios años. Fue allí donde trabajó copiando cuadros para sobrevivir y donde maduró la idea de hacer un cuadro de gran formato de temática histórica. Gracias a los manuscritos y bocetos que se conservan, sabemos que antes de decidirse por este acontecimiento histórico, Rosales barajó otros temas como Isabel la Católica en el cerco de Baza, Carlos V visitando a Francisco I, Juana I de Castilla ante el féretro de su esposo… de los que existen dibujos y bocetos. Después de mucho sopesarlo, finalmente se decidió por este tema histórico, político y con un toque romántico, pero a la vez muy íntimo y privado. Gracias a toda esa documentación que se conserva sabemos que hizo varias consultas sobre mobiliario y vestimenta de la época e hizo varios estudios y bocetos previos hasta que dio con el enfoque definitivo: una escena íntima, serena, pero cargada de sentimiento y donde el espectador se da cuenta que está presenciando un momento histórico, “Doña Isabel la Católica dictando su testamento”.

¿Qué nos encontramos en esta obra y por qué tuvo tanta repercusión?

Como hemos dicho anteriormente, esta obra en sí representa el momento histórico en el que la reina Isabel I de Castilla está dictando sus últimas voluntades, su testamento. Pero, aunque la escena, la atmósfera y el ambiente creados por Rosales son muy realistas, ese realismo no se puede trasladar al acontecimiento histórico en sí mismo. Es decir, que en la escena representada hay errores históricos, algo más o menos habitual en las obras de temática historicista, que intentaban dar al espectador un gran número de datos históricos a través de sus composiciones y esto los llevaba a cometer errores históricos, seguramente a sabiendas de ello, tal y como ocurre en esta obra.

Pero vamos a analizarla para ver quiénes son todos los personajes que en ella aparecen y qué errores históricos ha podido llegar a cometer Eduardo Rosales.

Detalle de la imagen con la que Eduardo Rosales representa a la reina Isabel en su obra.

En primer lugar, en el centro de la escena, se encuentra la Reina de Castilla, enferma, recostada en la cama, con el brazo extendido de manera suave y delicada, dictando a don Gaspar de Gricio, notario de la Reina, su testamento. Lo primero que puede llamar la atención son las características físicas con las que Rosales encarna a Isabel I de Castilla y la juventud con la que la representa (tenía 53 años cuando dictó testamento), que no tienen nada que ver con lo que otros pintores y cronistas coetáneos a la reina nos cuentan de ella, describiéndola de tez clara, ojos entre azules y verdes, pelo rubio… nada que ver con la interpretación que de ella hace Rosales en esta obra. Puede que probablemente esto se deba a que dio prioridad al acto y no al retrato. Incluso, hay quien ha querido ver en esta representación de la Reina una gran influencia de la obra Tintoretto pintando a su hija muerta, de León Cogniet. Aunque sí que es cierto que ese aspecto joven y sereno que presenta la Reina lleva al espectador a pensar que la escena no representa el fin de una vida, sino la continuación de un joven reino que en el momento de pintar la obra se encontraba en manos de otra mujer, de otra Isabel, Isabel II, que al igual que su antecesora no lo tuvo nada fácil a la hora de reinar.

A continuación, la escena representada nos lleva hasta la figura de Gaspar de Gricio, notario personal de la Reina, vestido de negro y que aparece concentrado y copiando las voluntades de la monarca.

El notario Gasparde Gricio en la obra de Rosales. Detalle del diorama del Palacio Real Testamentario.

Hasta aquí, a nivel histórico, parece que es todo correcto, pero todo apunta a que el resto de los personajes que completan la escena no estuvieron presentes en ese momento, ya que el testamento era un documento dictado in scriptis, en privado, por lo que entendemos que sólo estarían la Reina y el notario, no habría nadie más en la escena. Pero, Rosales decidió ir más allá en su composición y creó tres grupos más de personajes que completan la escena y que vamos a analizar a continuación teniendo en cuenta toda la documentación que se conserva sobre la obra, ya sean cartas manuscritas por el propio pintor, ya sean bocetos y estudios preparatorios para este cuadro. Gracias a todos ellos podemos concluir que Rosales se tomó con sumo cuidado y atención la preparación de cada uno de los detalles de la obra, excepto que no dejó constancia de quienes eran cada uno de los personajes representados en este lienzo, aunque algunos sí que se pueden identificar de manera muy clara.

Empecemos por el grupo más complicado, los cuatro personajes masculinos situados a los pies de la cama, tras la figura del notario.

En primer término, e introduciendo al espectador en la escena, vestido de verde y receptor de gran parte de la luz del cuadro, aparece uno de los personajes más cuidados por el pintor y que se ha identificado como el contador y secretario de la reina Juan López de Lecágarra, citado en el testamento como uno de sus testamentarios. Tras él, aparece la figura del Cardenal Cisneros (en aquel momento Arzobispo de Toledo), vestido de azul, confesor de Isabel y otro de los testamentarios que nombró la propia reina y que parece ser que en ese momento se encontraba en Alcalá de Henares y no en Medina del Campo presenciando este acontecimiento histórico. Junto a ambos se encuentra otro personaje identificado por algunos historiadores como el Almirante de Castilla, título que en aquel momento ostentaba Fadrique Enríquez de Velasco, y al fondo aparece un rostro masculino de un personaje que no se ha llegado a identificar.

Detalle de los Marqueses de Moya, Andrés Cabrera y Beatriz de Bobadilla.

Otro de los grupos de personajes es la pareja medio en penumbra que se sitúa detrás de la cama, que ayudan a dar perspectiva a la escena y que están representados con unas pinceladas muy rápidas y certeras. Se han identificado como los Marqueses de Moya, Andrés Cabrera, tesorero real, y Beatriz de Bobadilla, consejera y una de las mejores amigas de la reina Isabel. Todo apunta a que su amistad se remonta a la infancia, cuando la entonces infanta Isabel vivía en Arévalo con su madre y su hermano y Beatriz era la hija del Alcaide de Arévalo. Ésta enseguida entró en la corte al servicio de la infanta y desde entonces se convirtió en una de las personas de mayor confianza de la Reina. El aprecio que la reina Isabel sentía hacia ellos se ve reflejado en el propio testamento de la reina en el que les dedica un amplio apartado.

Por último, tenemos al grupo formado por la familia de la Reina. Situados a la izquierda de la escena, aparecen representados el rey Fernando y la princesa Juana.

La figura de Fernando el Católico, esposo de Isabel, quizás fue una de las más valoradas en su época por su representación y su ejecución. Aparece vestido de rojo, sentado, mayor (sobre todo si lo comparamos con la imagen de su esposa), cansado y enfermo, ya que Rosales le ha representado con uno de sus pies sobre un cojín, lo que se ha identificado con los problemas de gota que sufría el monarca. En los dibujos preparatorios esta figura aparecía situada a la derecha y formando parte del grupo del notario y los testamentarios, pero finalmente decidió cambiarla de lugar y colocarla junto a su hija. Todo apunta a que el rey Fernando, aunque no estaría presente en esa escena, sí que estaba en ese momento en el Palacio Real de Medina del Campo junto a su esposa.

Finalmente, y cerrando la composición de la obra, tememos a la Princesa de Asturias, la futura Juana I de Castilla, el futuro del reino, la sucesora de Isabel según lo que su madre dictó en el testamento en un texto muy medido y cuidado para blindar el futuro más inmediato del reino de Castilla. Juana aparece representada, de pie, vestida de negro y con semblante triste, pero sereno y de actitud contenida. Lo cierto es que Juana en el momento del dictado del testamento de su madre se encontraba en Flandes junto al resto de su familia, aunque había estado en Medina del Campo hasta marzo de ese mismo año.

A nivel pictórico y artístico recuerda mucho a las composiciones de Velázquez. Todo el conjunto presenta una escena sobria, pero muy cuidada, con cierta simetría y profundidad bien marcada. La actitud contenida y retenida de los personajes les da el toque de realismo que tanto gustaba en la época. El uso de la luz y los colores unido a una pincelada rápida, pero muy cuidada y muy madura, que define y difumina a la vez, ayudan a crear un ambiente muy especial que supuso una gran novedad y controversia en la época.

El Museo del Prado describe en su web esta obra con las siguientes palabras:

“Obra cumbre de la pintura de historia del siglo XIX que marcaría la decisiva transformación de este género en España, este celebérrimo cuadro fue presentado por Rosales a la Exposición Nacional de 1864, donde sería premiado con una primera medalla, que supuso el reconocimiento de su autor en los círculos artísticos oficiales y una verdadera convulsión para los pintores españoles de su generación”. Fuente: Museo del Prado.

Por David García Esteban.

Historiador del Arte, conservador y gestor cultural.

BIBLIOGRAFÍA:

MUSEO NACIONAL DEL PRADO. Doña Isabel la Católica dictando su testamento. https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/doa-isabel-la-catolica-dictando-su-testamento/907d2c98-eb35-4f1b-a39d-65bff0322faa

MUSEO NACIONAL DEL PRADO. Eduardo Rosales Gallinas. https://www.museodelprado.es/coleccion/artista/rosales-gallinas-eduardo/29dffe55-c31e-4737-aca1-f538ebaea0fe

GONZÁLEZ SÁNCHEZ, Vidal. El testamento de Isabel la Católica y otras consideraciones en torno a su muerte. Instituto de Historia Eclesiástica “Isabel la Católica”. 2001.

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SÁNCHEZ DEL BARRIO, Antonio. Retrato de Isabel la Católica. Eduardo Rosales www.museoferias.net. 2007.

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