En la historia de Castilla, hubo mujeres que destacaron por su capacidad, conocimiento y sabiduría al asumir el gobierno del reino en ausencia de sus esposos. Una de estas destacadas reinas fue Isabel de Portugal, nieta de los Reyes Católicos y prima carnal de su esposo Carlos I. En este artículo, ofreceremos una visión general de la vida y el legado de esta fascinante mujer, cuyo talento y liderazgo la convirtieron en una figura destacada en el panorama político de la época, a pesar de que lamentablemente fue poco reconocida. Ella fue una reina itinerante y se convirtió en la última residente real en el Palacio Testamentario.

En 1503, cuando los Reyes Católicos recibieron la noticia del nacimiento de su nieta Isabel de Avis, hija de María y el rey de Portugal, seguramente no imaginaron que aquel bebé que casualmente recibiría el nombre de su abuela y tía se convertiría en emperatriz y, por consiguiente, en reina de Castilla y Aragón junto al hijo de Juana I de Castilla y Felipe el Hermoso, Carlos I. El nacimiento de Isabel el 24 de octubre de 1503 fue un acontecimiento alegre. Probablemente, sería uno de los pocos momentos de felicidad que experimentó la reina en aquel “sombrío” otoño, cuando Juana intentó escapar del Castillo de la Mota, lo que planteó interrogantes sobre el futuro del reino y preocupó a la pobre Isabel.

Pero volvamos a la emperatriz, quien desde muy joven destacó por su belleza y refinada educación, fruto de una cuidadosa formación humanística recibida de su madre, criada en la corte castellana. A los 19 años, contrajo matrimonio con Carlos I, quien en ese momento también era Archiduque de Austria y Duque de Borgoña. Este matrimonio fue un paso importante para la consolidación del imperio, ya que estableció importantes alianzas políticas en Europa. Aunque inicialmente el matrimonio se estableció por motivos de dote y asegurar la sucesión al trono con una numerosa descendencia, así como para elegir a una mujer competente que se hiciera cargo del trono durante las ausencias del emperador, se convirtió en una unión basada en el respeto y el amor.

Los continuos viajes de la emperatriz eran una parte inherente a su gobierno. Recorrían las principales plazas, villas y ciudades de los reinos, aprovechando una extensa red de 18.000 km en la que Toledo y Medina del Campo eran los dos nodos más importantes. Muchas veces viajaban juntos, pero cuando Carlos I se encontraba ausente debido a sus responsabilidades como emperador o simplemente quería ir de caza o realizar algún retiro espiritual, Isabel de Portugal asumía sabiamente la regencia y el gobierno de Castilla.

Desempeñó el papel de lugarteniente y regente del reino en varias ocasiones, pero su mayor desafío comenzó el 8 de marzo de 1529, coincidiendo con la partida de su esposo hacia otros reinos, iniciando una etapa conocida como la Gran Regencia, que se extendería hasta 1533. Durante este periodo, demostró una habilidad excepcional para tomar decisiones acertadas y mantener la estabilidad en el reino. Su liderazgo firme y su capacidad para enfrentar los desafíos políticos y diplomáticos fueron reconocidos tanto por sus súbditos como por otros reinos europeos.

Las necesidades políticas y los problemas de salubridad que afectaban a Castilla, como brotes de peste, implicaban continuos desplazamientos, pero siempre eligiendo ciudades y villas cercanas a las principales sedes de poder como Toledo, Madrid y Valladolid. Una de las sedes elegidas fue Medina del Campo, donde la corte itinerante fue recibida con gran majestuosidad, endeudando a la villa que no escatimó en gastos para celebrar grandes festejos y corridas de toros. Además, se sufragaron las obras de mejora del Palacio Real Testamentario, estimadas en 50.000 maravedís, que tuvieron que ser adelantados por un contino, al que se le devolvió el dinero aportado el 8 de octubre de 1531. Según el Libro de Cuentas del Mayordomo del 26 de enero de 1532 (Archivo Municipal de Medina del Campo), se adquirieron piezas de terciopelo, raso, damasco y otros materiales por un total de 289.170 maravedís.

Cada traslado de la corte implicaba gastos importantes tanto para la Casa Real como para los vasallos. Por ejemplo, llevar la recámara de Ávila a Medina costó nada menos que 500 ducados, y el coste de los alguaciles que requisaron carretas por orden de los Alcaldes de Casa y Corte ascendió a 4.875 maravedís.

La emperatriz, sus hijos y parte de la corte residió en el Palacio Testamentario de Medina del Campo durante más de diez meses, desde el 3 de septiembre de 1531 hasta el 9 de agosto de 1532. Durante ese tiempo, Medina recuperó el esplendor de los tiempos de los Reyes Católicos, cuando las calles se llenaban de cortesanos y artistas que seguían a la familia real en busca de oportunidades para mostrar su obra o conseguir nuevos contratos. No había vivienda desocupada, y muchos habitantes fueron indemnizados para permitir que sus casas fueran ocupadas por nobles y parte de la corte.

Vista de Medina del Campo desde el Norte. Fragmento del dibujo realizado por Anton van den Wyngaerde en 1570. Imagen del Museo de las Ferias (Medina del Campo).

 

Sin duda, el tiempo que la reina pasó en Medina del Campo fue sumamente agradable. Ubicado en el centro del núcleo urbano, le permitió residir en un edificio ligado directamente a su familia y participar en diferentes actos públicos y religiosos, al mismo tiempo que mantenía su intimidad. Por ejemplo, asistió a la Colegiata de San Antolín junto con sus dos hijos, el príncipe Felipe y la infanta María, para presenciar la imposición del capelo cardenalicio al arzobispo Juan Pardo de Talavera que era su mano derecha, pero no se quedó a la celebración posterior, prefiriendo comer en soledad. También tuvo la oportunidad de pasearse por las famosas ferias en mayo de 1532, acompañada de su mayordomo, Francisco de Borja, marqués de Lombay, donde adquirió telas lujosas para decorar sus aposentos o vestirse a la moda, y enriqueció su biblioteca.

La cercanía con Tordesillas también le permitió visitar a su suegra y tía, Doña Juana, en dos ocasiones (febrero y agosto de 1532). Estas visitas no fueron meramente protocolarias, ya que permaneció a su lado durante más de una semana.

Las obligaciones de la reina nunca daban tregua. A diario, se ocupaba de asuntos imperantes, como la defensa de las fronteras ante la presión musulmana y la amenaza francesa. Además, tenía que lidiar con problemas económicos, nobiliarios y los relacionados con sus señoríos y territorios en las Indias. Todo esto, sin descuidar sus responsabilidades como mujer y madre, e incluso planificando la movilidad de la corte.

Desde el Palacio Testamentario, la reina ejerció su poder convocando a las ciudades del reino. Dirigió los preparativos para la empresa de Argel contra Barbarroja, coordinó la colonización de los territorios americanos y veló por la protección de los nativos americanos. Además, fomentó el poblamiento y fundó la ciudad mejicana de Puebla, buscando constantemente recursos para hacer frente a los altos costes de las guerras emprendidas.

Isabel mantuvo a su esposo informado de todos los acontecimientos políticos y familiares a través del envío frecuente de cartas, lo que nos ha proporcionado información muy valiosa. Gracias a estas cartas, sabemos que el príncipe Felipe sufrió en Medina fiebres tercianas a principios del verano de 1532, lo que preocupó enormemente a su madre.

Seguramente estés familiarizado con la figura de Carlos I, la guerra de los comuneros y los problemas con Juana, pero quizás desconocías que detrás de este rey siempre estuvo una mujer que ejerció como la verdadera reina. Un matrimonio que duró poco más de trece años, pero que de los cuales más de siete la Emperatriz gobernó en solitario y, cuando su esposo estaba presente, nunca se apartó del gobierno, asesorándolo.

En futuros artículos, intentaremos destacar el valor de una mujer adelantada a su tiempo, de su labor en la defensa de su tía Catalina o algunas otras curiosidades que están unidas a esta fascinante mujer.

El emperador Carlos V y la emperatriz Isabel de Portugal. Tiziano, según una copia de Rubens. Fundación Casa de Alba.

 

 

Por Eva María Quevedo

Directora de proyectos y gestora cultural.

BIBLIOGRAFÍA:

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