Difícil cuestión pues no hay pruebas reales de cómo se encontraba la salud de Juana I de Castilla. Mucho se ha debatido sobre si sufría melancolía, esquizofrenia, trastorno depresivo, psicosis, trastorno esquizoafectivo o todo fue fruto de una conspiración tramada primero por su propio esposo, luego por su padre que consiguió encerrarla en Tordesillas y, finalmente, por su hijo Carlos y sus carceleros los marqueses de Denia.
Esta última teoría es defendida por varios historiadores y, es cierto, que el 29 de agosto de 1520 cuando Padilla, Juan Bravo y Francisco Zapata se entrevistaron con la reina en Tordesillas no percibieron signos de inestabilidad emocional y quedaron convencidos de que, una vez derrocado su hijo, Juana recobraría su papel de Reina abandonando aquel encierro que le impuso su padre Fernando el Católico y que estaba manteniendo su hijo Carlos.
También es cierto que nos han llegado muchos testimonios de la supuesta “locura” de Juana que teóricamente había heredado de su abuela materna, pero también es cierto que si la salud mental representa el equilibrio entre una persona y su entorno socio-cultural con el fin de alcanzar su calidad de vida y bienestar a través de aportación intelectual, social y laboral, Juana no contó, una vez que abandono Castilla, con ese equilibrio en su entorno socio-cultural en Flandes, ni tampoco al regresar a castilla cuando estando ya en Tordesillas sus carceleros, los marqueses de Denia, mantuvieron una actitud casi tiránica con ella.
Volviendo al tema que nos ocupa, si los comuneros hubieran derrotado a las tropas de Carlos I de España, Juana hubiera ostentado realmente el trono y no su hijo. Es posible que incluso si Juana no hubiera querido o podido gobernar, Fernando, hijo de Juana y hermano de Carlos que se crio junto a su abuelo Fernando el Católico, hubiera sido llamado por las Cortes Castellanas para gobernar el reino. Lo curioso de este asunto es que Juana murió en 1555 y su hijo Carlos en 1558, lo que implica que si Carlos hubiera reinado España tras la muerte de su madre sólo hubiera gobernado tres años hasta su muerte. Si además, tenemos en cuenta que abdico en 1556 en favor a su hijo Felipe, ese tiempo se hubiera reducido a menos de un año.