Aprovechando la celebración de la efeméride de la muerte de Catalina de Aragón, hija menor de los reyes católicos ocurrida el 7 de enero de 1536 en el Castillo de Kimbolton, nos adentraremos en esta ocasión en su figura para descubrir algún capítulo interesante y no tan conocido de su vida.
Catalina de Aragón nació el 16 de diciembre de 1485 y, desde ese día, estuvo predestinada a lucir sobre su testa la corona de Inglaterra pues curiosamente su nombre fue escogido en memoria de Catalina de Lancaster, nada menos que la abuela paterna de Isabel la Católica, primera princesa de Asturias que reinó Castilla junto con Enrique III y, en relación con nuestra historia, inglesa de cuna y hermana del rey de Inglaterra.
Caprichos del destino pues las dos Catalinas han compartido mucho más que su nombre. La de Lancaster inició su vida en Inglaterra y la terminó en Castilla, mientras que Catalina de Aragón nacida en Alcalá de Henares falleció extrañamente en Inglaterra repudiada por su marido, pero venerada por el pueblo inglés. Ambas además compartían ciertas características físicas (un pelo rubio-rojizo, tez blanca y ojos azules), ambas acabaron casándose con un Enrique, y ambas tuvieron la misión de legitimar la casa real de su esposo como veremos más adelante.
Ese destino inglés se selló en el Tratado de Medina del Campo de 1489 cuando nuestra pequeña protagonista, que no contaba con más de 3 años, fue comprometida con el príncipe heredero Arturo Tudor después que desde Inglaterra se aceptara la propuesta que dos años antes había realizado Fernando el Católico. Un tratado beneficioso para los intereses de los tres Reinos (Castilla, Aragón e Inglaterra) con la entrega de una dote de 200.000 coronas, la eliminación de aranceles y el apoyo de los ingleses frente a Francia a cambio de dar legitimidad a los Tudor que habían alcanzado el trono de una forma no del todo legal. Por consiguiente, al igual que hizo tu bisabuela Catalina de Lancaster legitimando a los Trastamaras, la hija de los Reyes Católicos emprendió la misión de “legitimar” a los Tudor.
Catalina, que a partir de su compromiso se le empezó a conocer popularmente como la “princesa de Galis”, se convirtió en uno de los ejes de la política europea del momento entrando a formar parte de la casa Tudor.
Lamentablemente no hay rosa sin espinas (el símbolo de los tudor es la rosa) y es que, aunque es conocida por ser la primera esposa de Enrique VIII que entre una de sus aficiones se encontraba la de “despachar” a sus esposas si no concebían a un hijo varón, fue inicialmente comprometida y casada con Arturo, hermano mayor de este y heredero al trono. Sin embargo, poco duró el joven y feliz matrimonio ya que, si sellaban el enlace en la Catedral de San Pablo de Londres el 14 de noviembre de 1501, el 2 de abril del siguiente año el príncipe fallecía dejando a la princesa viuda e “intacta” en una situación de total desprotección.
Podemos afirmar que si el asunto del divorcio con su segundo esposo fue uno de los momentos más duros en la vida de nuestra protagonista, no lo fue menos la situación de desamparo que sufrió al enviudar; ambos momentos estrechamente interrelacionados donde los principios morales y religiosos que procesó y defendió Catalina son claro ejemplo de las enseñanzas de su madre.
Como nada en la vida de Catalina fue sencillo tras enviudar el enfrentamiento estaba servido. Desenmarañemos la madeja; si Catalina mantenía que el matrimonio con Arturo no había sido consumado la boda sería legalmente anulada viéndose su suegro obligado a devolver la dote que ya le había sido entregada (100.000 coronas). Si por el contrario se demostraba que era válida, Catalina sería considerada como princesa viuda, recibiría las rentas, posesiones y títulos que le correspondía a condición, eso sí, de que Fernando entregara la parte de la dote que le faltaba enviar a Inglaterra hasta completar las 200.000 coronas tal y como se había firmado en el Tratado de Medina del Campo.
Estaba claro que ni uno ni otro estaba dispuesto a entregar dinero alguno dejando a Catalina en un vacío legal, sin rentas que percibir, teniendo que hacer frente a todos sus gastos y la de sus acompañantes, pero ¿cómo costear todos los gastos sin percibir renta alguna? La única solución posible fue con la venta de las joyas que le habían sido regaladas por su madre; una de las pocas cosas materiales que le aferraba a Castilla.
Mientras, comenzaba la ardua labor de los embajadores de Fernando que no conseguían cerrar la boda de Catalina con el nuevo príncipe heredero. Quedaba claro que Enrique VII estudiaba a otras pretendientas para su hijo Enrique.
Las negociaciones no prosperaban y Fernando, resuelto a mejorar la situación de Catalina, se dispuso a buscar opciones para elegir a un nuevo embajador. ¿pero quién podría defender mejor los intereses de su hija?
El 19 de mayo de 1507 toma una decisión que debió de ser muy comentada en todos los reinos europeos nombrando a su hija Catalina como su embajadora en Inglaterra hasta que se pudiera encontrar un reemplazo. Labor nunca antes realizada por una mujer. Eso dice mucho de Fernando, de su relación con Catalina y de la formación de la misma. Una formación clásica basada especialmente en el conocimiento del latín e historia, del derecho canónigo y civil que permitió destacar a todos los hijos de los Reyes Católicos dentro de cualquier monarquía europea al ser capaces, según Vicenta Mª Marquez de la Plata y Ferrándiz, de dirigirse a los embajadores extranjeros y hacer sus discursos en correcto latín. Tal era la educación de la infanta Catalina que fue admirada nada menos que por Erasmo de Rotterdam y Luis Vives.
Tristemente Catalina suele ser recordada por ser la primera esposa de un hombre que antepuso conseguir un descendiente varón a cualquier precio, sin embargo, también fue una mujer más parecida a su madre de lo que nos podamos imaginar, con gran formación y capacidad para adaptarse y hacerse valer en un mundo de hombres ejerciendo como la primera embajadora del mundo, enfrentándose a una guerra en ausencia de su esposo, siendo una gran reina, amada por su pueblo y un largo etcétera que te animo a descubrir.
Por Eva María Quevedo.
Directora de proyectos y gestora cultural.
BIBLIOGRAFÍA:
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