Edicto de Granada, 1492.

Con el Edicto de Granada del 31 de marzo de 1492, los judíos no conversos se vieron obligados a abandonar Castilla y Aragón. Los descendientes de esta diáspora (judíos sefardíes) todavía conservan la lengua, las tradiciones y la música de sus antepasados, acrecentando este folclore con sus propias vivencias.

La supuesta convivencia pacífica de las tres culturas (cristiana, musulmana y judía) en la Península se vio turbada en distintos momentos de la historia, como muestran las primeras persecuciones de judíos en la Hispania visigoda (siglo VII) o en Al Ándalus en el siglo XI. Tras una serie de altibajos en el siglo XIV en las coronas de Aragón y Castilla, la situación desembocó en el decreto de expulsión (Edicto de Granada) del 31 de marzo de 1492 de aquellos judíos que no se hubieran convertido al cristianismo.

Esta difícil decisión de la reina Isabel I de Castilla vino dada por grandes tensiones y presiones sociales, doctrinales y políticas, presentes en un ambiente antisemítico generalizado en toda Europa, donde las expulsiones se habían ido sucediendo a lo largo de la Edad Media. Hablamos de delicada resolución, ya que la reina había protegido en diferentes ocasiones a los judíos y a sus derechos, como muestra una carta de 1477 al gobernador de Trujillo, a la judería de Ávila en 1479 o a la villa de Balmaseda en 1487, teniendo incluso como hombres de confianza en la corte diferentes judíos, como Isaac Abravanel o Abraham Seneor.

Expulsión de los judíos, por Emilio Sala, 1889.

Al abandonar el Sefarad (las tierras peninsulares), estos judíos fueron formando congregaciones en los diferentes lugares a los que iban emigrando, sobre todo en el norte de África, en las antiguas tierras del Imperio Otomano (actual Turquía), Balcanes o Grecia. En la actualidad en Israel hay una fuerte presencia de sefardíes e incluso en nuestro país desde 2015 hasta este mismo año la ley les ha permitido solicitar la nacionalidad española. Los descendientes de los expulsados nunca olvidaron su identidad sefardí, manteniendo sus costumbres, la lengua ladina, es decir, el castellano (latino) de la época en la que abandonaron la península con rasgos lingüísticos adoptados de los lugares de acogida (sobre todo del propio hebreo, turco y árabe), como un tesoro y recordando nuestra tierra con añoranza de generación en generación.

La música sefardí tal vez sea uno de los mejores ejemplos de cómo la lengua y la lírica tradicional hispánica se sincretizaron con otras culturas adonde estas comunidades fueron emigrando, aportando así ritmos e instrumentos nuevos, amén de un léxico concreto. Ésta es una de tantas muestras de la capacidad de adaptación de este pueblo. La oralidad ha sido y es casi en exclusiva el medio de transmisión de esta música, en la que lo folclórico y tradicional es la razón de ser: el repertorio se podría dividir, por su función, en canciones del ciclo vital (nacimiento, boda y muerte) y el ciclo anual (festividades del calendario judío). Por ello tienen un fuerte carácter social y religioso.

Si bien es cierto que en la música litúrgica la lengua empleada era el hebreo, muchos textos se “ladinaban” para que el mensaje llegara mejor a los fieles. En cuanto a la música profana  o a la de las celebraciones tras los ritos religiosos, la lengua usada era el ladino exclusivamente. A pesar del peso de la tradición en ciertas temáticas, la lírica sefardí se ha ido adaptando a los cambios históricos, habiéndose recopilado canciones que hablan de temas del pasado hispánico, como un romance sefardí recogido en Marruecos sobre la muerte del príncipe Juan, segundo hijo de los Reyes Católicos, o incluso sobre asuntos contemporáneos, como el holocausto en la Alemania nazi o la creación del nuevo Estado de Israel.

Imagen de un oud norteafricano.

Por su estructura, el repertorio podría dividirse en canticas o coplas, romances (con una relación muy estrecha con la tradición hispánica), endechas (lamentos para momentos luctuosos), canciones de cuna… En cuanto a la instrumentación (ausente en lo litúrgico), como ya se había comentado anteriormente ésta solía ser la típica de cada zona de asentamiento. Algunos ejemplos son las darbukas, los panderos y los címbalos (percusión), el nay (viento) o el oud (cuerda pulsada). El aspecto geográfico también es determinante para diferenciar la tradición sefardí norteafricana, con mayor conexión con la tradición hispánica, melodías más sencillas y ritmos claros y la oriental, con abundancia de melismas, ritmo libre y modos musicales de la zona.

La tradición sefardí forma parte de nuestra propia historia y su música ayuda a comprobar la fuerte capacidad sincrética y de adaptación de este pueblo a los diferentes cambios culturales y geográficos vividos, manteniendo siempre una fuerte identidad hispánica.

Por Águeda Sastre Zamora.

Historiadora del Arte y músico.

 

Romanzas y cantigas sefardíes, Joaquín Díaz, 1971.

BIBLIOGRAFÍA:

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GARCÍA SÁNCHEZ, M.L., La huella hispánica en el legado musical de Sefarad, Centro Virtual Cervantes.

POSADA RAMOS, C., “Música sefardí, la diáspora musical continúa”, en Apuntes, 24: 52-60, Bogotá, julio-diciembre, 2003.

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http://www.musicaantigua.com/la-musica-sefardi/

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