Son muchos los episodios de la historia en los que esta reina es la protagonista. La mayor parte de ellos como gobernante, pero también nos encontramos algunas pinceladas de su vida más íntima y persona, su papel como madre y como mujer devota y familiar. Pero ¿cómo compaginaba todos esos perfiles? ¿Qué tipo de mujer era Isabel? ¿Se podría considerar una mujer de su época, de la Castilla del siglo XV?
Existen muchos estudios que nos presentan a esta monarca como una mujer adelantada a su tiempo, que incluso rompió barreras en favor de la mujer. Vamos a recuperar algunos aspectos y acontecimientos de su vida para poder aclarar estos adjetivos.
Hay que tener en cuenta que la función principal de la mujer en el siglo XV era la de dar continuidad al linaje, crear una familia y, en el caso de las clases altas, servir para forjar alianzas a través de compromisos matrimoniales. Es decir, la vida de una mujer estaba en muchas manos, menos en las suyas propias. Y así fue durante los primeros 17 años de vida de la infanta Isabel. Pero llega un momento en el que la futura reina de Castilla empieza a demostrar que no estaba dispuesta a que nadie que no fuera ella llevara las riendas de su vida. Este rasgo se hizo más visible tras la muerte de su hermano pequeño, Alfonso, príncipe heredero al trono de Castilla, a quien los nobles contrarios a Enrique IV nombraron rey en la conocida como la Farsa de Ávila. Hasta ese momento Isabel se había mostrado como una joven consciente del papel que ocupaba en la Castilla de aquella época, en la que tan sólo era la medio hermana del rey y cuya labor más importante probablemente sería la de servir al reino forjando una fuerte alianza política al casarse con algún importante heredero al trono de Portugal, Francia, Inglaterra o incluso Aragón.
Y es que, tras el fallecimiento de su hermano menor, vio cómo su camino al trono de Castilla estaba cada vez más cerca. Para asegurarse de ello exigió un encuentro con el rey Enrique para que la nombrara su sucesora. Cosa que consiguió y así quedó reflejado en el Tratado de los Toros de Guisando, donde además deja claro que ambos, monarca y heredera, deberían de dar su aprobación al futuro matrimonio de ésta última.
Isabel I de Castilla. Juan Antonio Morales (1909 – 1984).
A partir de ahí, Isabel, acompañada por sus consejeros, empieza a tomar sus propias decisiones, siendo muy consecuente con todo aquello que decidía. Una de las decisiones más importantes que en aquel momento toma la princesa Isabel es la del matrimonio. Se opuso a varios compromisos orquestados por el rey Enrique, algo prácticamente impensable y menos aún si venía de parte de una mujer. Incluso inició negociaciones de boda por su cuenta con Fernando de Aragón. En estas negociaciones, totalmente favorables a la heredera de Castilla, se deja bien claro que sería ella la que gobernaría y que Fernando necesitaría la aprobación de Isabel para poder llevar a cabo sus decisiones en Castilla. A pesar de todo esto, Fernando acepta y finalmente se casan, de espaldas al rey de Castilla, provocando su desaprobación, su enfado y un profundo distanciamiento entre ambos.
Uno de los episodios que mejor nos revela esa valentía surge durante el coronamiento de Isabel como reina de Castilla, donde Fernando, su esposo, estuvo ausente por encontrarse en Aragón. En el desfile de proclamación, Gutierre de Cárdenas (maestresala de Isabel) precedía a la Reina portando la espada desnuda, que según la tradición castellana indicaba que la recién proclamada reina de Castilla tenía todo el poder para ejercer el gobierno. Fernando, por lo tanto, quedaba relegado al cargo de “esposo de la reina”, lo cual enfadó mucho al heredero de la corona aragonesa, que seguramente se sintió ninguneado por ella. Estas desavenencias desaparecieron con la Concordia de Segovia donde se refleja que Isabel cede todo su poder a Fernando cuando sus compromisos de gobierno les mantuvieran separados.
A partir de ahí, apoyándose el uno en el otro, fueron consiguiendo todo lo que se propusieron. Podemos decir que, a nivel político y económico, consiguieron prácticamente todo por lo que lucharon. Llevaron a término algunos de los puntos de su acuerdo matrimonial, como el de hacer la guerra a <<los enemigos de la santa fe católica>>, apoyaron la fructífera iniciativa que les presentó Colón, además de conseguir grandes alianzas dentro y fuera del reino.
Pero la inteligencia, la fuerza y la visión política de la reina Isabel no pudieron, o no quisieron, romper con muchos otros aspectos en los que la mujer quedaba en un segundo plano o era considerada un mero contenedor de vástagos. Parece ser que en el ámbito doméstico sí ejercía de esposa y madre, tal y como le correspondía a una mujer en aquella época. Tampoco le tembló el pulso a la hora de organizar los matrimonios de sus hijos, que fueron el punto clave de la política internacional de los Reyes Católicos. Pero por otro lado consiguió que sus hijos se convirtieran en unos de los príncipes e infantas mejores educados de una Europa en la que el Renacimiento entraba ya con mucha fuerza.
Isabel, no fue ni la primera ni la última mujer que demostró que estaba perfectamente capacitada para hacerse un hueco en un mundo de hombres, un mundo en el que estaba previsto que fuera una mera figurante. Pero sí ha logrado convertirse en una de las grandes figuras de la Historia. Y probablemente sí podemos decir que fue una mujer que rompió barreras gracias a su carácter, su valentía y su inteligencia, pero sin dejar de ser una mujer en la Europa del siglo XV.
Estas pequeñas pinceladas sobre este importante personaje histórico nos permiten vislumbrar la personalidad de una reina entre dos mundos: el de los roles masculinos y femeninos en un periodo de cambio entre la Edad Media y el Renacimiento. Las circunstancias en las que vio envuelta a lo largo de su vida, su carácter, su visión política y su sentido del deber y la responsabilidad, le permitieron crear una grieta en aquel rígido mundo gobernado por hombres.
Por David García Esteban.
Historiador del Arte, conservador y gestor cultural.


